DULCES
TIPICOS
INTRODUCCION
El dulce típico mexicano tiene una tradición de más de 100 años, es uno de los elementos más significativos en todo tipo de eventos concernientes a la gastronomía mexicana por su exquisito sabor.
¡Aaalegríiaas!
¡Muéeganooos! ¡Chaaramuscas! ¡Aaalegríiiaas! ¡Muéeganooos! ¡Chaaramuscas!
¿Quién no recuerda el pregón del dulcero en el viejo cine de barrio, en las
calles de nuestra ciudad? ¿Y a quién, con el evocativo recuerdo de este dulce
pregón, no se le hace agua la boca y se le antoja saborear uno de los deliciosos
productos del dulcero?
La dulcería es una
añeja tradición mexicana con raíces tanto autóctonas como hispanas, y los
mexicanos somos golosos dulceros. Por ello, es natural que exista en nuestra
ciudad capital, así como en la mayoría de las poblaciones importantes del país,
un mercado central de dulces.
El mercado de dulces
de la ciudad de México está ubicado en el límite norte del Centro Histórico de
la capital, sobre la Avenida Circunvalación, a un costado de la Merced, y ahí
puede uno encontrar todo tipo de golosinas, principalmente mexicanas.
Ciento cincuenta y
un locales distribuidos en 12 pasillos forman lo que es el mercado original, el
cual, a través del tiempo, se ha extendido por los alrededores. Y como en todos
los mercados públicos de la ciudad, en el pasillo central hay una imagen de la
Virgen de Guadalupe protegiendo el lugar y a las personas que laboran en él.
Originalmente, en
los locales sólo se vendían los dulces exhibidos que cabían en la mesa de
madera; mas poco a poco, ante la creciente demanda de la clientela, se fueron
extendiendo y utilizando cada rincón, cada espacio del mismo, para así poder
vende una gran variedad de estos productos.
Como muchas
actividades de la vida nacional, la dulcería es de tradición familiar. Así,
cada local es manejado por una familia: el padre lo traspasa al hijo, éste a su
vez al nieto y así sucesivamente. Y en muchos casos, los dueños de los
diferentes locales son parientes entre sí.
El mercado de dulces
es el centro de abastecimiento para muchos comerciantes al menudeo establecidos
a lo largo y lo ancho de la ciudad, pues es aquí donde vienen a surtirse de las
golosinas que expenden. Los dulces empaquetados son llevados directamente al
mercado por los fabricantes. Éstos se surten dependiendo del tiempo en el que
se vende el producto: una cada semana, otros cada 15 días. Dentro de estos
dulces podemos encontrar paletas de todos los tipos, caramelos, chocolates,
cacahuates, “miguelitos”, etcétera, de las más diversas marcas. Los dulces
típicamente mexicanos también son distribuidos por fabricantes especializados,
y son surtidos con una frecuencia mayor, ya que tienen que venderse frescos.
Los únicos dulces que hacen en el mercado los dueños de los locales son las
frutas cubiertas.
En nuestros dulces
típicos podemos hallar una muestra más de la imaginación y de la creatividad de
nuestra gente en todas las regiones del país, ya que están hechos a base de los
más variados elementos como frutas, nueces, semillas, cactáceas, etcétera, lo
que nos habla de cómo se aprovecha todo lo que nos ofrece cada lugar de nuestra
pródiga naturaleza. Así, podemos saborear las deliciosas alegrías hechas a base
de semillas de amaranto; las coloridas pepitorias, que como su nombre lo indica
son elaboradas con pepita de calabaza; las dulces palanquetas, hechas con nuez
o con cacahuate; los macarrones de leche azucarada; las cocadas; los variados
dulces de leche; los jamoncillos de pepita; el acitrón, producto de nuestras
cactáceas; los tamarindos enchilados o salados; las charamuscas estiradas; las
trompadas que le rompen las muelas al incauto; todo tipo de frutas cubiertas
como calabaza, chilacayote, higo, piña, naranja, tuna, y los limones rellenos
de coco. Y cómo olvidar las crujientes morelianas, los pirulís, las jaleas, las
obleas, las dulces peladillas y los malvaviscos de diferentes colores, tamaños
y formas.
En los alrededores
del mercado se han abierto muchos comercios dulceros que no pertenecen al
mercado mismo. En éstos, además de encontrar los dulces típicamente mexicanos,
podemos adquirir dulces de importación así como cacahuates, almendras y
pistaches, canela en rama o molida y chicharrones caseros.
La gente que labora
en el mercado de dulces es buena y trabajadora, además de tener un enorme
cariño a los dulces y una gran dedicación a su trabajo. Cada local del mercado
es una obra de arte pues los dulces se colocan de tal forma que recrean la
vista del comprador y despiertan su apetito. El producto debe colocarse de
manera tal que permita aprovechar hasta el último rincón del espacio disponible
y, a la vez, poder sacarlo sin que se caiga el resto.
A los vendedores no
les gusta que los clientes manoseen los dulces, por lo tanto ahí se aplica el
tradicional “si no compra, no magulle”.
En este mercado
encuentra uno dulces que no están en venta en ninguna dulcería de los
supermercados o de las tiendas de autoservicio. El precio no es alto y sólo hay
pequeñas diferencias de un puesto a otro. En ocasiones se puede lograr una
rebaja si se compra al mayoreo.
Cerca de la Navidad
es casi imposible caminar por el mercado, porque los pasillos son muy estrechos
y hay muchísima gente.
Visitar el mercado
de dulces es una experiencia que no nos podemos perder ni mexicanos ni turistas
y mucho menos los capitalinos, que lo tenemos, por así decir, a la vuelta de la
esquina. Se lo recomendamos, no se arrepentirá, ya que de ahí saldrá contento y
satisfecho por haberse acercado un poco más a la historia y a las tradiciones
de nuestra patria, por haber disfrutado de la belleza y variedad de los
productos que ahí se expenden y de la amabilidad de quienes ahí laboran, y sin
duda por las adquisiciones que de seguro hará de sus golosinas favoritas, las
cuales le recordarán gratamente los más dulces días de su infancia y juventud.
Curiosamente, en el
escudo de Celaya, ciudad natal de la riquísima cajeta, aparece una leyenda que
reza: De Forti Dulcedo, que en español quiere decir “de los fuertes es la
dulzura”.
No puedo hablar por
ustedes, pero para mí la cajeta es uno de esos pocos manjares a los que me
aficioné cuando era niña y cuyo vicio no he podido dejar al pasar de los años
ni a pesar de los kilos. Esa consistencia tersa que se pega a la cuchara, a las
manos y a los labios retándonos a paladearla, es única en el mundo, y su sabor
es tan especial que basta cerrar los ojos unos instantes para recrear ese
empalagoso deleite.
La cajeta es una
golosina que no discrimina edades, fronteras y mucho menos estilos culinarios.
No sólo tiene un sabor que embruja a quien la prueba sino que además es el ingrediente
principal en una gran cantidad de recetas de repostería de origen tanto
mexicano como internacional. ¿Quién no ha probado las deliciosas crepas bañadas
en cajeta y adornadas con nuez?
Poco me sorprendió
descubrir que la cajeta se fabrica desde la época del virreinato, cuando los
españoles que fundaron Celaya trajeron consigo la receta de la leche quemada.
Celaya fue fundada en 1570 y fue nombrada “Muy Noble y Leal Ciudad de Celaya de
la Purísima Concepción” en 1658, no sin antes sufrir una crisis de identidad
por haber sido antes Zelaya y Selaya. Como si ya desde entonces se supiera el
importantísimo lugar que ocuparía esta ciudad como productor de una de las
reconocidas delicias mexicanas, en su escudo aparece la leyenda De Forti
Dulcedo, que se traduce como “de los fuertes es la dulzura” o “la dulzura del
fuerte”, ya que el origen de Celaya se remonta a un fuerte que construyeron los
frailes franciscanos para resguardarse de las belicosas tribus nómadas de
indios chichimecas.
Como ha sucedido en
el resto del país, en donde se ha tomado la fruta o producto más característico
de la región para crear un dulce típico, la abundancia de cabras fue el factor
principal para que Celaya se transformara en el lugar de origen de la cajeta,
ya que la leche de este animal es su principal ingrediente.
Año con año y década
con década, el original dulce fue ganando adeptos hasta ubicar a la “puerta de
oro del Bajío”, como se conoció a Celaya centenares de anos más tarde, en el
mapa de nuestros exquisitos dulces regionales. A principios de este siglo era
ya tal su popularidad, que cuando en 1910 se instaló en esta ciudad la torre
hidráulica vulgarmente conocida como “La Bola”, se decía en broma que estaba
llena de cajeta y que bastaba abrir una llave para tomar toda la que se
quisiera.
El nombre de este
dulce proviene del cajete de madera que se ha utilizado desde tiempos
inmemoriales para envasarla y que le da ese sabor tan especial. Una
peculiaridad de estos cajetes, es que tienen cuatro divisiones para separar las
diferentes variedades de cajeta que se producen.
Actualmente, la
elaboración de este legendario dulce está a cargo de unas 40 empresas
familiares que han conservado esta tradición, heredando sus conocimientos de
una generación a otra. En estas empresas la cajeta aún se prepara en forma
casera, utilizando grandes cazos de cobre en donde, sobre fuego directo, se
pone a hervir la leche bronca de cabra. La cajeta se “rinde” con azúcar y
carbonato que, además de oscurecerla, ayuda a controlar la acidez de la leche.
Con grandes palas de madera, la mezcla se mueve una y otra vez hasta lograr el
punto de espesor deseado, entonces se añade el saborizante y la cajeta está
lista para ser depositada en los históricos cajetes o en frascos de vidrio.
La producción de
este tipo de empresas caseras es de un promedio de 130 litros diarios, que
básicamente se distribuyen de forma local, y tienen como principal cliente al
turismo que, temporada tras temporada, acude a Celaya para saborear su cajeta.
Por esta razón, hacen mejor negocio en la época de vacaciones. La única
desventaja que enfrenta la producción tradicional de cajeta, es que ésta se
azucara con rapidez, ya que no se le agregan conservadores para no alterar su
pureza. Si usted quiere darse un gusto, encontrará la cajeta más fina en
expendios como “La Tradicional”, empresa reconocida en Celaya como la que
elabora la más pura cajeta.
Como ustedes pueden
imaginarse, la demanda de cajeta en el país requiere de un volumen de
producción mucho mayor, y fue por eso que desde hace varios años surgieron
empresas que pueden producirla en mayores cantidades y que incrementan el
tiempo que ésta retiene sus cualidades sin sacrificar tradición ni calidad. De
las siete u ocho fábricas que se ubican en la ciudad, la mayoría lleva más de
30 años funcionando, y aunque han modificado ligeramente la receta para
incrementar la producción y la vida del producto, el proceso de elaboración es
en esencia el mismo.
En su mayoría, estas
industrias producen dos tipos de cajeta: la “tradicional”, que es más parecida
a la elaborada en forma casera, y la “comercial”, a la que se agrega glucosa de
maíz para que conserve por más tiempo sus propiedades. La cajeta tradicional se
considera un dulce más fino y se compra frecuentemente como regalo, mientras
que la cajeta comercial se vende principalmente a negocios. Esto se debe en
gran medida a que la variedad de cajeta comercial puede durar hasta 10 meses
sin perder sus cualidades.
Algunas de las
cajetas comerciales se elaboran con leche de vaca y no de cabra. De esta manera
se logra un producto más económico pero no por ello menos sabroso. Aun
valiéndose de métodos rudimentarios para fabricar la cajeta, las industrias de
Celaya llegan a producir la muy respetable cantidad de 800 litros diarios.
Las variedades de
cajeta de más abolengo son la natural, la envinada, la quemada y la de
vainilla, aunque también es posible encontrar de nuez, de piñón, de fresa y
otros originales sabores. En los establecimientos más tradicionales la cajeta
quemada se logra dejando cocer la leche seis horas en lugar de tres y la
variedad que se produce en mayor volumen, casi dos veces más que el resto, es
la envinada. Los cuatro sabores tradicionales son los que generalmente se
envasan en los cajetes con cuatro divisiones de los que hablamos, pero si van a
Celaya encontrarán pequeños cajetes individuales de cada variedad. Eso sí, no
vayan a confundir la cajeta que encuentran en el supermercado con la que aquí
describo, ya que, aunque es una muestra de la popularidad que logró la cajeta
al ser el único dulce regional que se produce actualmente en forma masiva, esta
cajeta simplemente no es de Celaya.
Si ustedes son
aficionados a los dulces típicos mexicanos, sabrán de sobra que no han sido
sólo las cajetas las que han dado fama a Celaya, sino también los dulces que se
elaboran ya sea a partir de la cajeta o como variantes del mismo proceso. Los
más famosos son los chiclosos, para los que únicamente se deja espesar por más
tiempo la leche; las obleas y las miniobleas, que como ustedes seguramente
saben son dos obleas rellenas de cajeta; las natillas, que son el dulce más
fino que se produce, y los jamoncillos, que se elaboran deshidratando por más
tiempo la leche. También pueden encontrar en Celaya las “marinas”, riquísimas
bolas de chicloso cubiertas de nuez y, aunque no son dulces típicos de la
ciudad, las muy conocidas cocadas, las palanquetas y las pepitorias, amén de un
sinfín de variedades más.
Me llamó la atención
el trabajo que cuesta encontrar la cajeta original de Celaya en la ciudad de
México. Esto se debe a que la mayoría de los fabricantes distribuyen su
producto a un puñado de ciudades como Querétaro, Irapuato, Querétaro, León,
Salamanca, San Juan de los Lagos, Tijuana y a tiendas selectas en el Distrito
Federal. Sin embargo, ésta es una de las razones por las que ahora contemplan
con optimismo el futuro, ya que, al contrario de lo que sucede a muchas otras
industrias en el país, a los productores de cajeta aún les restan múltiples
mercados por explotar, incluyendo el “vecino” país del norte. La exportación
pronto se hará una realidad y prueba de ello son las empresas que cuentan ya
con el código de barras.
Me despido de
Celaya, de sus dulces y de ustedes, invitándolos a que prueben una y mil voces
sus sabores para así mantener viva una de las más dulces tradiciones de México.
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